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martes, 21 de mayo de 2013

Sanidad griega en primera persona: paga o muere.




Hace cosa de dos meses a un conocido le diagnosticaron un problema de corazón. Los detalles médicos son lo de menos; tocaba cambiarle una válvula. Una incómoda bronquitis y algunas molestias condujeron al susodicho al hospital. Tras vaciarle los pulmones de líquido y comprobar que la cosa no era tan grave, unas pruebas detectaron el problema. Dentro de la delicadeza de la situación, la cosa no era de suma gravedad. 

Empujada por el acojone del momento, la familia decidió operar al caballero lo antes posible. Poco se podía imaginar que la operación en sí sería lo de menos.

Una vez “deshinchado”, había que buscar un cirujano de garantías. Aconsejados por un familiar que trabaja en el hospital de su ciudad, decidieron que lo mejor sería que la operación se realizase en uno de los hospitales públicos de Salónica. Desechados los privados, que exigen muchísimo dinero, y otros públicos que están abarrotados, lo mejor era el “Palacio del Pánico”. 

Tras más de una semana en el humilde pero cómodo hospital de su pequeña ciudad, llegó el día del traslado. Desplazamiento de unos 90 kilómetros hasta “Alcatraz”. Citados a primera hora de la mañana, la primera impresión no pudo ser peor; cuatro o cinco horas de espera rellenando unos cuantos papeles y esperando a que se vaciasen las habitaciones. Dejen salir antes de entrar. La burocracia de este país desespera a cualquiera. Grecia es una larga cola en cuyo final hay que rellenar un estúpido formulario que no sirve para nada. Una vez concluidas las pruebas pertinentes, el paciente fue ingresado. 

Las instalaciones estaban muy mal conservadas, tanto por fuera -fachada y demás- como por dentro -habitaciones, pasillos, lavabos…-. Las habitaciones eran compartidas con uno, dos o tres pacientes más, no había televisión -se podía alquilar-, no había sofá, las mantas eran viejas y parecían sucias, las sábanas tenían algún agujero -y no se cambiaban nunca-, etcétera. 

Más que la incomodidad que todo ésto suponía para el enfermo, era la acompañante la que más lo sufría. Debía pasar un número indeterminado de días encima de una silla “de las duras”. Por la noche pasaba un empleado preguntando si alguien quería alquilar alguna tumbona o la tele. 

El paciente por momentos se siente desamparado porque a veces parece que las enfermeras pasan de él. De no ser por los familiares que ayudan, no sé qué pasaría. Con los días uno se de cuenta de que no es desinterés de las profesionales, sinó falta de personal y medios. 

Viendo que pasaban los días y que nadie confirmaba nada, uno no sabía si estaba allí de excursión o si directamente nos tomaban el pelo. Sin ir más lejos, uno o dos días después del ingreso al paciente le metieron un tubo que entraba por la pierna, con la incomodidad que suponía. Se lo colocaron al mediodía con la intención de sacárselo por la tarde, al cabo de unas tres o cuatro horas. Pues al final acabó durmiendo con el jodido tubo ahí. A estas alturas todavía no sabemos si no se lo quitaron por olvido o porque nosotros habíamos entendido mal. 


Sin bolsas de sangre no hay operación. 

En Grecia hay escasez de sangre por falta de donantes, por lo tanto debes conseguir tú la sangre antes de la operación. Afortunadamente, el hecho de que en la familia hubiera un par de donantes facilitó las cosas. No había riesgo de que se desangrase. 

Sin sobre no hay operación. 

Hasta que no se concreta la fecha para la operación pasan unos días, los necesarios para “sellar el pacto”. Durante este intervalo de tiempo van comiendo la moral del paciente y de los familiares, que van y vienen como pollos sin cabeza. El cansancio se acumula y cuesta dormir. 

Mientras estás allí, vas y vuelves del trabajo, te lo combinas con otros familiares, etcétera, no se entera uno de muchas cosas. Lo del sobre es lo más clamoroso, aunque ya me lo suponía. 

Una señora llevaba una semana en el hospital y no la operaban porque no tenía dinero. Es más, la pobre mujer venía desviada de otro hospital que se la había quitado de encima. Quizás lo mejor de la estancia sean los vínculos de amistad que se generan, porque acaban conociéndose y mezclándose familiares de unos y otros en la máquina de cafés.

Lo más grave, en mi opinión, es el grado de hipocresía contra el que tienes que luchar. Cuando preguntas el motivo por el cual tienes que pagar a un médico en negro, la única respuesta es “en Grecia esto funciona así” o “es que todos lo hacen” o “si no pagas, te correrá el turno”… Me enervó. Ellos, en cambio, se ríen cuando me escandalizo. 

Presumir de sanidad gratuita cuando estás soltando un sobre para evitar desangrarte es gravísimo. Es puro chantaje. De lo más ruin que he visto nunca. Si no pagas, ya sabes. Aunque no tan grave, es parecido a la  mentira esa de que la educación en Grecia es gratuita. 

No es agradable tener que ir preguntando por ahí a otros familiares cuánto han pagado ellos por la operación. Incluso a enfermeras, que van dando largas hasta que te dicen que lo mejor es preguntar al médico. 

Por una válvula que al final no cambió -corrigió, aunque eso es lo de menos- el cirujano se llevó 1000 euros. Solo tenéis que multiplicar por los pacientes que hay y por los años que lleva trabajando ese señor ahí para entender de dónde salen algunas fortunas en Grecia. ¿Habrá “tarifas establecidas” dependiendo de la gravedad de la operación? ¿Se negocian? ¿Y los que no tienen?

Después de “la transacción” nadie ha visto nada, nadie habla, nadie dice. Los médicos que chantajean vilmente y se aprovechan de una complicada situación familiar, deberían se colgados. O condenados a cadena perpetua, claro.

Una vez operado el paciente fue trasladado a la UVI, donde estuvo dos o tres días ante la falta de camas. Mejor retenido en una cámara donde te vigilan a todas horas que no en planta. Con la válvula enderezada, que no cambiada, el paciente regresó a la habitación. Es entonces cuando el enfermo deja de ser enfermo para convertirse en “problema”. No es normal que estando como estaba lo mandasen para casa tan pronto. Había que hacer sitio. Le dieron el alta sin que los familiares estuvieran de acuerdo, pero qué le vamos a hacer. Uno acaba solidarizándose con los que esperan en la entrada porque ha pasado por lo mismo y aguanta.