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sábado, 6 de abril de 2013

El Pasokismo y la cultura de no hacer nada.


El Pasokismo, consideraciones.

El Pasokismo consiste fundamentalmente en hacer todo lo contrario a lo que se predica. A pesar de incluir el nombre de una formación política (PASOK, Partido Socialista) está en las antípodas del Socialismo, o por lo menos del Socialismo “teórico”.

Hace más de 30 años que el Pasokismo gobierna Grecia. Incluso no teniendo la mayoría el PASOK, ha sido y es el Pasokismo el que dirige la política del lugar. El Pasokismo va más allá de pertenecer a un partido o no; la afiliación a un grupo no le hace a uno pasokista. Sin embargo, es casi imposible escapar de su influencia porque todo lo impregna. Los que mandan han crecido en ella y aunque lo nieguen siguen moviéndose al ritmo que esta cultura les marca.

Muchos reniegan de su pasado pasokista; ya no es cool. “Nos han traicionado”, dicen. Entonces votan a los otros, que lo que hacen es lo mismo que sus predecesores. No parecen darse cuenta que se trata de los mismos perros con distintos collares. No es extraño que se produzcan pactos antinatura para prolongar esta manera de hacer. 

Todas las artimañas que te permitan engañar al Estado forman la base del Pasokismo. Se trata, en el fondo, de engañar al Estado desde el interior del propio Estado, porque son ellos los que mandan y no pocas veces los que obedecen. Buscar los agujeros que el sistema tiene y colarse a través de ellos para el beneficio propio será el objetivo del aspirante a pasokista. Usar todas las trampas aparentemente legales -en realidad son ilegales-  para goce y disfrute del clan. De ahí que se conciba el Pasokismo como una opción colectiva más que individual. Uno vende su alma al Pasokismo porque toda su familia pertenece a ella. El pasokista establecerá relaciones de complicidad con los individuos que intentar trampear como él. 

El Pasokismo suele ir ligado a una extraña y paradójica manera de hacer: “quiero trabajar en el sector público para no hacer nada.” Es decir, trabajar para no trabajar. El mito del funcionario que no pega golpe, cobra mucho, goza de privilegios, no oposita, libra los fines de semana y todo el mundo critica, es en el fondo uno de los sueños del pasokista. El funcionario es el gurú de pasokistas poco ambiciosos.

Los otros, los que aspiran a más por el mero hecho de conocer a alguien de las altas esferas pasokistas, empezarán por ahí directamente -generalmente a dedo- y se meterán en política. Alcanzar el grado de diputado, con coche oficial, viajes y buen sueldo le permite a uno predicar con el ejemplo. El clan, la familia o los amigos suben un peldaño más en la escalera en el que gozarán de impunidad e inmunidad. 

El hecho de figurar en el Parlamento supone que la casta permanecerá, porque el diputado protegerá a sus cachorros pasokistas y les irá preparando el camino. Allanará posibles baches para conseguir que el hijo, el nieto o el sobrino acaben por sentarse junto a él en el escaño. El Parlamento de Grecia está lleno de apellidos que se repiten.

Mi teoría puede llevar al engaño, por lo tanto puntualizo: el Pasokismo no es exactamente no hacer nada sinó hacer lo menos posible cobrando lo máximo posible. Para qué ir a las sesiones de control pudiendo asistir solamente cuando hay votaciones, para que ir a comisiones de investigación si ya lo hace un compañero de partido, para qué coger un taxi teniendo un coche oficial, para qué dar la cara si puedo hacer política desde Twitter.

Entonces, ¿son vagos los pasokistas?

Ciertamente, los pasokistas no son muy dados al esfuerzo. Eso sí, cuando un amigo del clan esté en apuros, moverán carros y carretas para ayudarle. Premiar la cultura del engaño tiene sus riesgos, pero a los pasokistas no les importa porque los tentáculos de la secta llegan a todas partes, estamento judicial incluido. 

Incluso las actitudes de muchos de los que defienden otras opciones acaban por claudicar. Los veremos sentados en la silla haciendo barriga, soltando el sobre en b o llamando al potentado para que coloque bien a su familiar o amigo. Una mafia que subyace. Todo cambia para seguir igual.

Los pasokistas de primera generación, hoy ya mayores y que todavía se dejan ver, hablan con nostalgia de aquella época en la que “todo funcionaba mejor, había más igualdad y Grecia despegaba”. 32 años han pasado y ni siquiera viendo los frutos -podridos- de tanto Pasokismo reconocen sus errores. 

¿Qué es el Pasokismo Ilustrado?

El Pasokismo Ilustrado engloba a todos aquellos intelectuales -a veces pseudo intelectuales- que se las dan de antipasokistas cuando en realidad no lo son. Hablan desde sus “púlpitos” universitarios o desde sus televisiones haciendo creer a todo el mundo que existe alternativa al Pasokismo. Mienten. Son los mismos que se han aprovechado estos 30 años de los beneficios del sistema. Tendrán caserones en París o Londres y tratarán de tú a los políticos. Incluso la Iglesia se ha visto tentada por la secta. 

¿Somos víctimas o cómplices?

Ambas cosas, seamos sinceros. Víctimas porque padecemos las consecuencias de tantos años de Pasokismo, pero cómplices porque no dudamos en aprovecharnos del sistema agujereado siempre que podemos. Claro que nosotros lo hacemos a pequeña escala. ¿Tenemos por ello menos responsabilidad?

¿Cómo acabar con el Pasokismo?

Cortar de raíz es imposible. Llevará tiempo. Más de una generación, diría yo. El problema es que, nos guste o no, estamos creciendo inmersos en él. Y cuesta desprenderse. Quizás en dos generaciones, si todo va bien. Porque parece que algo está cambiando; empiezan a caer los primeros pasokistas. Si la justicia fuera seria no habría cárceles suficientes para tanto pasokista. 

Permítanme que sea escéptico. Hasta que no vea a una primera figura entre rejas, no creeré. Será entonces cuando muchos se quiten la máscara y empiecen a apuñalar a traición. Algunos ya se han pasado al otro lado pese a seguir exprimiendo a la vaca. Y el problema es que la vaca somos todos y se acaba la leche.    


La cultura de no hacer nada.

Lo dijo Mariano Rajoy: “no hacer nada ya es hacer algo”. Y se quedó tan ancho. Claro que si analizamos sus palabras, no le falta razón, a pesar de que “no hacer nada” en los tiempos que corren es un error mayúsculo. Y decirlo, más. Se le tiraron encima los coyotes de siempre mientras los palmeros se lo tomaban con humor. Como es gallego, se espera de él este tipo de respuestas. Es ridículo. 

Si intentamos ir más allá de la paradoja, veremos que ella encierra toda una manera de entender las cosas. Es más, podemos encontrar respuestas a preguntas que solemos hacer y entender actitudes que a bote pronto nos parecerían estupideces.

El hecho de no hacer nada y esperar a que “todo se arregle solo” es muy humano. Cuando llueve buscamos cualquier escusa para no salir a la calle. Ya lo dijo un conocido economista cuando le preguntaron sobre qué haría él para solucionar la crisis: “me apartaría a un lado y me fumaría un puro hasta que pasara todo”. Muy propio del que manda pero también del que obedece, eso de apartarse en los tiempos que corren. El problema es cuando uno pierde de vista las dimensiones de la catástrofe. Las consecuencias que está provocando la inacción son terribles. Y contagiosas.

No hacer nada en política supone ir arrancando hojas del calendario hasta perder las siguientes elecciones. Nos encontramos ante ciclos de cuatro años en los que la oposición no aprieta demasiado, consciente de que es incapaz de solucionar los problemas. Unos no toman decisiones por miedo a meter la pata y los otros no ofrecen alternativas porque ya les va bien que el Gobierno se vaya cociendo en su propio guiso. Chup chup. 

La cultura de no hacer nada es aquella que consigue anestesiar al ciudadano. Primero lo cabrea, después lo frena y finalmente lo duerme. Sin hacer nada. El pueblo ya no protesta como al principio de la crisis y eso que las cosas están peor. No ha muerto por cansancio sinó por inanición. El tiempo ha jugado en contra.

El lenguaje que utilizan los que practican la cultura de no hacer nada es una mezcla de términos económicos abstractos, cifras y estadísticas hipnotizadoras. A todas horas. En periódicos, televisiones, redes sociales y sesiones parlamentarias.

El paradigma de la mansa cultura que nos rodea son las reuniones del Eurogrupo. Se trata de hacer una reunión para fijar fecha para otra reunión, y así hasta el infinito o hasta que los políticos vean que hay algo positivo que comentar; ese atisbo de recuperación que no llega. Y claro, al final se toman decisiones como las que se toman, que contentan solamente a unos pocos. Hablan cuando deben callar. Actúan cuando deben estar quietos. 

La impresión de que no importa lo que hagas porque las decisiones las toman desde Bruselas es la que nos está invadiendo. Para qué buscar trabajo si no hay, para qué intentarlo si cobro el paro, para que pedir un préstamo si se van a quedar el dinero, para qué esforzarme si no hay solución.      

¿Existe relación entre la cultura pasokista y la cultura de no hacer nada?

Evidentemente. A veces se confunde porque conviven. La cultura pasokista está instalada en nuestra sociedad y se complementa perfectamente con la que supone inanición. Dos ejemplos prácticos: el primero consistiría en un ciudadano que no piensa hacer ningún esfuerzo por entrar en el sector público, sin embargo, si se presenta la posibilidad la aprovechará entrando por la puerta de atrás. Una llamada, un contacto o un enchufe serán suficientes. El segundo sería el de un ciudadano que se solidariza con todos estos movimientos descabezados que van contra los que mandan, pero que no se manifiesta nunca; no sale a la calle con la pancarta. Ahora bien, llenará su Facebook y su Twitter de proclamas porque es lo que se estila, lo cool

Dejar pasar el tiempo hasta la llegada del verano es una de las tácticas que siguen los pasivos. Parece que con el sol y la ausencia de actividad la gente te tranquiliza. Si todos los días fueran soleados no habría tantas manifas y los dirigentes podrían practicar su teoría con menos problemas. Aunque echar la culpa de todos nuestros males al sol no es de recibo. Parece que los países del norte no acaban de entenderlo.

Otro de los factores que ha facilitado que se imponga la cultura de no hacer nada es el la falta de personalidades relevantes. Vivimos rodeados de mediocres encantados de no hacer nada. Vivimos inmersos en una sociedad huérfana de gente que piense por sí misma. El período de más libertad de nuestra historia y no hay nadie que merezca la pena.

Toda esta reflexión lleva a preguntarme si no seré yo también en parte culpable. Y cómplice. Demasiado simplista el comentario de muchos que se quejan: “eres culpable porque los has votado”. Me refiero a ¿qué hago yo para contrarrestar tanta mediocridad? ¿No pierdo demasiadas horas en el ordenador, en la cafetería o frente a la tele? ¿Qué o quién nos ha hecho así? ¿Por qué lo primero que hacemos cuando volvemos de vacaciones es mirar el calendario para ver si llega pronto la próxima fiesta? ¿Acaso soy un vago? ¿Qué es éso del año sabático? ¿Tenemos los políticos que nos merecemos?

Me hizo gracia Sánchez Dragó comentando una de sus escapadas a Tailandia, donde se pasa el día escribiendo. Apuntó que la zona estaba llena de españoles, la mayoría en paro. Y tan tranquilos pasándolo en grande allí. ¿Para qué buscar trabajo si tengo paro tres o cuatro meses?

Lo hemos tenido todo demasiado fácil, justo lo contrario que nuestros abuelos. No nos ha faltado de nada: teníamos un trabajo -mejor o peor- remunerado, dinero en el banco, ayudas estatales y de la familia, etcétera. Nos hemos pegado nuestras juergas interminables durante años, hemos comido bien, hemos viajado, hemos estudiado y muchas cosas más. Sociedad del bienestar, lo llaman. Pero todas estas comodidades nos han hecho conformistas y nos han conducido a lo de ahora. No estábamos preparados para afrontar penurias. Y quizás por ello creemos que desaparecerán tal y como llegaron. Seguimos pensando que los problemas los trajo el viento y que desaparecerán por arte de magia.  Estábamos demasiado bien acostumbrados.

Nos queda desfogarnos en Twitter poniendo a parir al político de turno. Y nos conformamos. O reflexionar escribiendo un post como éste que quedará en el olvido al igual que la mayoría de los que profesan la cultura de no hacer nada.