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lunes, 28 de febrero de 2011

Bansko, un espejismo más allá de la frontera.


La frontera de Bulgaria está a solo un par de horas de Salónica y se puede cruzar por dos sitios diferentes. Conviene salir pronto por la mañana porque las aduanas son como las de antes. Primero hay que cruzar la griega, que no suele ofrecer problemas si vas en viaje organizado, pero luego viene la búlgara, y aquí sí que pueden pasar cosas. Se forman colas enormes de coches, camiones y autobuses que esperan impacientes a que el guardia de turno les de paso. Un policía fronterizo pide los carnés a todos e incluso entra en el autobús a echar un vistazo.

Salimos muy pronto en viaje organizado por agencia. Creo que recordar que antes de las cinco ya estábamos en pie para bajar hacia donde nos recogería en bus. Como sucede en España con todos aquellos que van a la nieve a Andorra: madrugón del copón para llegar a primera hora y así aprovechar la mañana. Cuando llegamos a la frontera, los agricultores habían bloqueado la carretera, con lo que no se podía cruzar. Al parecer, de no habernos parado a desayunar, hubiéramos cruzado sin ningún problema. Y como nosotros, otros tantos autobuses quedaron en la misma situación. Nos llevaron a una especie de estación de servicio, donde había cafetería y supermercado. Los letreros estaban en búlgaro a pesar de no haber pasado la frontera todavía.


Un par de horas más tarde abrieron el bloqueo, pero como era de esperar la cola había aumentado mucho. Como los coches avanzaban muy lentamente, nos dijeron que podíamos cruzar a pie y esperar en una zona de descanso que había entre zona griega y zona búlgara. Y así lo hicimos.

Posteriormente, el bus nos recogió y cruzamos a Bulgaria después de que el aduanero mirase los carnés uno por uno. En el mío se detuvo unos instantes y me miró para comprobar la foto. Está claro que no se ven muchos españoles por ahí. El guía iba con carné francés, pero imagino que ya le conocían. No deja uno de sentir cierto nerviosismo en estos casos.

El paisaje de Bulgaria era desalentador: los campos sin cultivar, la tierra gris, escasez de árboles, etc… Sin duda, el río era lo más bonito. La carretera, aunque bien asfaltada, sólo tenía un carril en cada sentido, con lo que adelantamiento era casi imposible. Y aún así, vi algunos de los adelantamientos más salvajes y peligrosos de mi vida. Hasta el chófer se echaba las manos a la cabeza.

Pasamos por algún pueblo rural antes de llegar a Sandanski, uno de los lugares a los que van los griegos a comprar barato. Las casas de los pueblos se veían viejas, sucias y frágiles. Parecía que estuviéramos setenta u ochenta años atrás, cuando la gente pasaba hambre. En las afueras de uno de los pueblos pastaban algunas ovejas que también parecían sucias y hambrientas. Le cambia a uno la perspectiva que tiene de todo al ver ciertas cosas. La primera impresión de Bulgaria no podía ser peor.

Al cabo de una hora o quizás un poco más el autobús se desvía de la carretera principal que va a Sofía y se dirige hacia las montañas. La carretera se hace hueco entre los árboles y empieza a subir. El paisaje es típicamente montañoso, con riachuelos que siguen más o menos el curso de la carretera, nieve, árboles blancos, alguna casita y hielo. Por suerte, brilla el sol y en la carretera no hay restos de hielo, con lo que no se producen parones considerables. Al cabo de una media hora empiezan a verse los primeros hoteles, con los tejados cubiertos de nieve, que están cerca de un campo de golf. Aquello es otra cosa. Se nota que es zona de turismo y de dinero.


Las calles de Bansko son estrechas y el autobús circula con dificultad. Además, ahora hay nieve y alguna vez resbala. Con todo, el chófer parece no inmutarse y sigue como si nada. El autobús va lleno, pero no todos vamos al mismo hotel, así que para cuando nosotros le decimos. Llegamos casi cuatro horas más tarde de lo previsto por culpa del maldito bloqueo y la frontera. En hotel nos juntamos con unos amigos que habían llegado la noche anterior.

Los hoteles de Bansko son excelentes. En seguida entendía de qué iba la cosa: por la mañana a esquiar y por la tarde baño, sauna y masaje. Y así los tres o cuatro días del puente. Alguna escapada para hacer compras y comer especialidades del lugar, además de ir a la iglesia, es lo que también se precia. Desgraciadamente, yo no soy mucho de esquiar, aunque de haberlo sabido me hubiera preparado. La próxima vez será.


Todas las calles estaban nevadas y había coches totalmente cubiertos, con lo que intuimos que había nevado la noche anterior. Parte de la nieve se había hecho hielo en las aceras y debía uno andarse con cuidado para no resbalar.

El 95% o más de la gente que había ese fin de semana en Bansko era griega. ¡Incluso nos encontramos conocidos por la calle! El pueblo es pequeño aunque las calles principales, las largas, dibujan una ligera cuesta. Es difícil perderse aunque el paisaje nevado no ayuda a orientarse.

En Bulgaria la moneda es el lev, que más o menos equivale a 50 céntimos. Era todo bastante barato para nosotros, aunque imagino que un búlgaro no se lo puede permitir. Los y las recepcionistas, camareros y camareras, etc… hablan griego o lo entienden. Y si no, se manejan también en inglés. Los encontré bastante amables y serviciales, cosa que no me esperaba después del “recibimiento” en la frontera.


Como dije antes, los hoteles suelen tener sauna, jacuzzi, zona de juegos, gimnasio, etc… Puede uno hacerse un masaje pagando un extra y los hoteles más lujosos tienen piscina, claro. Está todo muy limpio y el servicio es bueno. Los masajistas se ganan bien la vida y van de un hotel a otro según el servicio requerido la noche anterior.

Conviene darse una vuelta por el pueblo, ir a la iglesia -si hay misa mejor-, patinar al aire libre mientras nieva y comer a la brasa. Nosotros fuimos a misa de domingo. Todo eran abuelas. Es curioso ver como, a pesar de ser ortodoxos también, cantan de otra manera. La iglesia por dentro también era diferente a la griega. Las abuelas iban “pobremente” vestidas, con pañuelo en la cabeza, falda muy larga, calcetines gruesos y calzado para la nieve. En todas las excursiones que uno hace por el extranjero deben visitarse las iglesias.

Un día comimos en un restaurante platos de la zona y me puse como un cerdo. Lo pasamos muy bien y comimos mejor. La comida en Bansko es buena y tienen variedad, siendo obligado meterse algo de carne a la brasa -cualquier tipo de carne- entre pecho y espalda. El hocico os guiará porque los deliciosos y encantadores aromas salen a la calle.

Los esquiadores se levantan prontito para evitar la cola. Desde la parte más baja se sube el teleférico hasta las pistas propiamente dichas. A hora punta la cosa se complica. Nosotros hicimos trampas y nos colamos con toda la cara. Hasta arriba del todo hay unos veinte minutos o quizás más. Las pistas están muy bien señaladas y la calidad de la nieve es óptima. Al parecer, algunos campeonatos de Europa se han celebrado allí. Como ya me ha pasado alguna vez -en Andorra principalmente- llego arriba y no sé muy bien qué hacer. Todo el mundo se calza allí los esquís y yo me quedo mirando embobado. Lo primero es buscar el bar para calentarse y hacer unas fotos. La verdad es que todo tenía una pinta estupenda: pistas, cafeterías, montañas, etc…


Y como no sólo de esquí vive Bansko, para los que les guste la fiesta también hay oferta. Hay muchos locales con música en directo y algunas discotecas.

Un día se puso a nevar mucho y la pista de hielo estaba casi impracticable. La nieve volvió a cubrir los coches que estaban aparcados.

Más o menos ésto es lo que dio de sí mi primera incursión en tierras búlgaras, un país que poco tiene que ver con lo que es Basnko, sin embargo. La próxima vez iremos mejor preparados y con la idea clara de lo que hay que hacer.

Para los que vayáis a Bansko:

- Madrugad y desayunad fuerte en el hotel. Los desayunos suelen ser bufete y puedes atiborrarte.

- Esquí hasta la hora de comer. Puedes unirte a un grupo con monitor aunque es bastante caro. Evidentemente, puedes también alquilar esquíes, botas y lo que quieras.

- Comer ligero en el hotel o cerca.

- Sauna, masaje, baño… Lo que uno desee.

- Cenar pronto -oscurece temprano- en alguno de los restaurantes búlgaros del lugar.

- Salir a tomar alguna copa a algún bar tranquilo o ir de juerga a la disco del centro.

También se puede ir de turismo a Bansko en verano, por lo que observé. La gente va a jugar a golf, a montar a caballo y a hacer trekking por el monte. Desde luego, es un lugar que merece la pena. A la vuelta nos pilló nieve aunque las máquinas la quitaron y no hubo ningún problema.

martes, 15 de febrero de 2011

Thassos, la isla de las abejas.


Para llegar a Thassos desde Salónica sólo hay que coger la autovía hacia Kavala. No tiene pérdida. Existe la posibilidad de cruzar a la isla por varios sitios. La isla es frecuentada por un gran número de turistas que vienen desde los Balcanes. Es la isla más cercana a la frontera con Skopje y no está demasiado lejos de Serbia. De ahí que haya muchos serbios que bajen directamente con su coche a la costa. También es la isla que está más cerca de Thessaloniki, aunque sus habitantes prefieren ir a otro sitio en verano.

El punto más cercano a la isla desde la península es Keramotí, desde donde salen barcos cada dos por tres. Del mismo modo, hay barcos que te llevan desde Kavala mismo o desde pueblos de los alrededores.

Cogiéndolo desde Keramotí apenas es una hora de trayecto. El embarque es muy rápido así como la adquisición de billetes. Un plácido y rápido trayecto te conduce hasta el puerto de Thassos.

La capital te recoge aunque casi nadie se hospeda allí. La mayoría de hoteles y apartamentos están en los pueblos de los alrededores. Ir en coche te cambia la perspectiva. Habiendo ido anteriormente a Skiathos sin coche te veías obligado a adaptarte a lo que había.

La llegada a la isla se produjo sin ninguna anécdota digna de ser reseñada. Es una viaje tan corto que apenas te da para mear, tomar un café y salir a hacer alguna foto.

Tras salir del barco siguiendo las indicaciones de los guardias, tomamos la carretera que rodea la isla. Nuestro lugar de hospedaje está a unos quince kilómetros de allí, en Skala Potamiás. Las carreteras de las islas suelen seguir la costa y ser algo estrechas, así que hay que ir con cuidado. Se circula en caravana, pero sin pausas considerables. Antes de llegar al hotel pasamos por un pueblo interesanthe llamado Panagía al que volveremos días más tarde. Tras preguntar un poco y después de equivocarnos un par de veces, llegamos a nuestro hotel.




Los hoteles de las islas son todos parecidos: pocas habitaciones, muy grandes, limpias, con zonas exteriores comunes y jardín. En realidad la mayoría pueden considerarse apártoteles, ya que disponen de nevera, cocina, vajilla, etcétera. En la zona se respira mucha tranquilidad y un ambiente familiar muy agradable. Sin ir más lejos, una familia con los abuelos, los hijos y los nietos están en el jardín a nuestra llegada. Si vas en grupo, puedes cocinar tú mismo en la barbacoa para celebrar algo.

La directora y propietaria, que es conocida nuestra, nos explica que tiene grupos de la República Checa y de Serbia, que son los clientes principales de la isla. Nos comenta que viene para estancias de dos o tres semanas y que las reservas las tramita a través de una agencia. Básicamente, no ofrecen problemas y son buenos profesionales, que es de lo que se trata.

En Thassos, como en todas las islas, el turismo es 100% de sol y playa. Apenas un par de monasterios y poco más reseñable. Quizás algún pueblecito interior, más cerca de las montañas, donde refresca por la noches y no hay tanta gente. Pero si a uno le gusta el bullicio, debe coger el coche y moverse. Durante el día y siguiendo la costa, puede uno bañarse en no menos de tres o cuatro sitios distintos.




La primera tarde fuimos a la playa más cercana, justo al lado de donde nos hospedábamos. Como tantas otras playas de por aquí, ni una sola ola. Y uno avanza hacia el fondo pero no se hunde. Te podías pasar horas dentro con el agua hasta las rodillas e incluso tumbarte con tu pato de goma a tomar el sol. El paraíso de los niños pequeños porque es como si estuvieran en una piscina bajita y sin bajas temperaturas. El paisaje que se veía desde dentro era espectacular puesto que, al haber muchas montañas detrás de las casas, lo hacía verde. Había muchas nubes tormentosas pero no cayó ni una gota. Evidentemente, nuestra primera playa, por ser la más cercana, sería “visitada” en diversas ocasiones. Un secreto: cuando mejor está el agua del Egeo es a las cinco de la tarde e incluso un poco después, justo cuando empieza a bajar el sol.




Si uno no quiere gastar debe ir al supermercado y llenar la nevera, claro. Nosotros, mitad y mitad: desayuno en “casa”, comida fuera y cena en función del cansancio y de las ganas de salir.

Como estuvimos una semanita, nos dio tiempo a ir de un lado para otro todos los días. Por las mañanas, nos movíamos en coche por las playas y hacíamos algo de turismo. Generalmente, llegábamos cansados por la tarde y ya no había ganas de hacer mucha cosa.

Nos recomendaron una serie de playas aunque no sabemos si eran las que fuimos o no. Tanto nombre y tanto mapa para al final meterte en la que te apetece, sin atender recomendaciones ni nada.

Después del primer baño y de cenar algo dimos la primera vuelta nocturna por la zona. Skala Potamiás no es muy grande y se puede abarcar a pie casi todo.

Al día siguiente nos fuimos a la playa. La primera que vimos al salir del pueblo la pasamos de largo. Como no estaba muy legos y quedaban días, volveríamos posteriormente. Había muchos coches de Serbia aparcados en la carretera y la playa estaba abajo del todo, con lo que para volver debías “escalar” un par de kilómetros.

Continuamos rodeando la isla hasta que en el fondo de un valle divisamos una cala de pedruscos con sombrillas y cantina. No hay mucha gente y parece agradable. El problema es que para acceder a ella hay que bajar por camino de cabras. Y entre jeep y jeep, allí baja intrépido un Fiat Punto de segunda mano hasta la costa. Un acierto. Nos pegamos un buen baño en una caleta de piedras salvaje donde el agua estaba a temperatura ideal. Hace tanto calor en el verano que uno se puede pasar una hora o más metido en el agua sin problemas. Eso sí, con gorra para que el sol no te perfore la sesera.




Tras remontar la cuesta, buscamos sitio para la comida. Seguimos hacia adelante y encontramos un pueblo típicamente para turistas lleno de tabernas. Si no me equivoco se llama Kinira. Esta vez aparcamos en la carretera que estaba llena de coches y bajamos a pie por en medio de una tienda y de un restaurante hasta la playa. La playa estaba masificada y no daba gusto bañarse. Además, no habíamos ido a ello. Comimos en una taberna cosas típicas. A mi mujer un gato -o gata- le dio la comida. Solicitamos a la dueña que se lo llevara y así lo hizo, aunque a Melina no se le pasó el mal rollo hasta que nos fuimos. Para reposar, dimos un paseo hasta un lugar con restos arqueológicos muy curioso. Hicimos unas fotos y chocamos de frente con otra maravillosa caleta a la que esta vez no nos metimos.

A la vuelta nos metimos en el Monasterio de San Gabriel, aunque debimos vestirnos de largo a la entrada por estar prohibido entrar en bañador.




Otra excursión que hicimos, ya al día siguiente, fue la que nos llevó a Aliki, uno de los lugares más conocidos de la isla. Pero había demasiada gente y la playa no merecía la pena. Con todo, nos refrescamos y luego nos quedamos a comer. Estaba lleno de bares y deducimos que debía ser el lugar más marchoso de la isla. Después de comer algo rápido cogimos el coche en busca de una gasolinera. Nos pilló la huelga de camioneros y las gasolineras se habían quedado sin materia prima. Tuvimos que poner súper en lugar de la que solemos poner. Teníamos gasolina de sobras pero no era cuestión de arriesgarse.

Es muy curioso pasar por gasolineras con los depósitos vacíos y con carteles de “agotado” ó “no tenemos gasolina”. Creo que el ejército tuvo que tomar manos en el asunto para abastecer a todas las islas.

Ya de vuelta, me volví a meter por otro camino de cabras, esta vez bastante largo. Esta vez la caleta era más abierta, aunque no por ello menos espectacular. Está claro que lo mejor es olvidarse de las playas que te dibujan en los mapas. Se estaba de cine. Me picó un tábano en un pie.

A la vuelta comimos, dormimos un rato y volvimos a salir, esta vez por la playa cercana al hotel. Cogimos el coche y nos fuimos hasta la otra punta. Aunque no hay separación entre las playas, una se llama Skala Potamiás y la otra Xrisí Almoudiá (arena de oro). El agua era absolutamente transparente y decidimos volver al día siguiente para bañarnos. Un lujo de playa-piscina con unas rocas desde las que te podías tirar. Yo, por hacerme el chulo, me rajé el pie con una roca. La playa es tan estrecha que apenas puedes estirar la toalla, aunque es lo de menos porque te pasas todo el rato en el mar. A esta playa volvimos antes de irnos otra mañana.




Por la tarde visitamos otra vez la zona y vimos una exposición de iconos que había en una casa en el puerto. La verdad es que por las noches uno no estaba para muchos trotes porque el estar todo el día a sol machaca, por mucho que se proteja uno.

Otro día fuimos a parar a una playa “más española”: era ancha y larga, había olas en el mar y mucho espacio sin tumbonas, con lo que poner la sombrilla era fácil. Un pequeño detalle: una esquina de la playa era nudista. Justo la esquina por la que entras. En fin.

Melina entro y de tantas olas que había no podía salir. Tuve que hacer de vigilante de la playa y sacarla a duras penas porque realmente la resaca te empujaba hacia dentro. A decir verdad, nunca recuerdo haber sufrido tanto para salir a la arena. El pato de plástico se convirtió en un problema porque el muy perro se quería marchar en busca de aventuras. Delante de la playa hay una islita pequeña y deshabitada. No vi ningún barco de esos de poco calaje que te suelen llevar a dar una vuelta. Nos comimos una especie de donut gigantesco allí mismo y jugamos a las cartas para variar.




Por la tarde de ese mismo día, cansados de tanta playa, cogimos el coche y visitamos el pueblo de Panagia. La familia Tsivalidis había veraneado allí en alguna ocasión y dimos un agradable paseo rodeados de agua y árboles.

También fuimos de visita a Thassos, la capital. Allí llegan los barcos y desde allí salen. Es grande aunque no hay mucha vida nocturna. Hay tres o cuatro calles muy animadas y llenas de tiendas de recuerdos, restaurantes y más cosas. Además hay una serie de restos arqueológicos, algunos de los cuales visitamos, muy interesantes. Hay varias rutas señaladas por las cuales circula la gente a pie montaña arriba.

Más allá de Thassos, es decir, yendo en dirección contraria hacia donde estábamos hospedados, la carretera es ancha y cómoda. Es todo menos salvaje aunque sigue uniendo unas playas con otras y unos hoteles con otros. Hay varias poblaciones más importantes en la zona pero no las visitamos. Hay barcos que te llevan desde Thassos hasta la otra punta de la isla y otros que te llevan de excursión.

Fueron seis días que dieron mucho de sí. Es una isla puramente familiar aunque, como en todas las islas, la gente joven encuentra mucha diversión. Sin embargo, la recomendaría a familias con niños pequeños porque es ideal para ellos y para que los padres descansen.

Eso sí, si a nadie le molestan las abejas… En Thassos no hay moscas, hay abejas. Compramos miel, que te la venden en medio de la carretera, y nos volvimos con un dulce sabor de boca.