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martes, 29 de junio de 2010

Lejos del hogar IV: la ciudad: los alrededores.



Regresamos a Salónica, que es la que absorbe a la mayoría de estos jóvenes. Es la segunda ciudad del país. Suelen hacerse comparaciones absurdas entre Atenas y Salónica, del mismo modo que se hacen entre Madrid y Barcelona. He oído a la gente decir que Atenas sería el equivalente de lo que es Madrid en Españ a, y Salónica lo que es Barcelona. Desgraciadamente para los tesalonicenses, no tiene nada que ver.

Las dos realidades son muy distintas. Porque la cantidad de cesiones y concesiones que tienen las comunidades autónomas, aquí no existen. Atenas es la capital. Salónica, a la que algunos la llaman co-capital, es otro mundo. Todo el dinero, las infraestructuras, las carreteras, el turismo, los medios de comunicación, el fútbol y la riqueza se concentra en el Ática. El aeropuerto de Atenas me recordó, salvando las distancias, al de Barcelona. Moderno, con muchas tiendas “de marca”, limpio, ordenado, etcétera. Ni más ni menos que lo que uno espera de un aeropuerto en el siglo XXI.

El aeropuerto de Salónica, sin embargo, me recordó al de Almería o al de Reus. Bajas al suelo y te viene a buscar el autobús. Es ridículo. Apenas hay vuelos. A Atenas, a Alemania y, evidentemente, a las islas. El caso es que si no viene Ryan Air o alguien así, seguirá la marginación.

La rivalidad Madrid-Barcelona trasladada aquí la vemos sobre todo en el deporte, con la diferencia que en Salónica los clubs no tienen ni la mitad de dinero que los de la capital. Consecuentemente, la rabia es mayor. No se sienten apoyados por las instituciones. Cualquier club de Atenas que se acerque, tiene que ir escoltado por varios autobuses de las fuerzas del orden. Y a pesar de ello, algún degenerado da en el blanco con alguna piedra. Y no se trata de ir un club concreto contra otro. Aquí se trata de ir contra Atenas, bien sea uno u otro equipo. Sería como si cualquier equipo de Madrid, sea el que sea, cada vez que fuese a Barcelona, tuviera que ser protegido por la policía. La rivalidad Paok-Aris no se asemeja a ninguna de las que conozco. Quizás a la rivalidad Boca-River, si me apuran. Atenas, para los tesalonicenses, es el pueblo más grande de Grecia, y para los atenienses, Salónica pertenece a Turquía.

Vamos a adentrarnos en Salónica. La mayoría de las calles están llenas de pintadas, aunque ésto va por zonas. Es como estar pasando por ciertos barrios adyacentes a Barcelona todos los días. Esos barrios de las grandes ciudades que están en el extrarradio y que parecen otro mundo. Sin embargo, aquí la suciedad también está en el centro.

Después, ligeramente alejado del huevo, está la Moraleja, aquí llamada Kalamariá.


Aunque sin chalets, es un barrio residencial donde uno puede encontrar jardines y que está limpio. Suelen ser edificios de dos o tres plantas que albergan pisos grandes con balcón florido. El problema que tienen todos estos lugares es que son “excesivamente tranquilos”. La única panadería que hay siempre esta llena porque vienen todos los vecinos a la misma hora. Por la noche, no se ve un alma. Las calles son anchas y no se oye una mosca, pero no puedes tomarte nada a no ser que cojas el coche. En la zona de la costa, en el mismo Kalamariá, está Salou “con clase“.


Una dichosa calle bastante transitada es la que lo fastidia todo, pero en fin… Las cafeterías, a cual más elegante, están situadas al otro lado de la calle, de cara al mar. No esperéis ver allí al turista alemán panzudo al que le huelen los pies, rojo como un cangrejo y bebiendo cerveza tibia. Allí va gente bien. O no tan bien, pero que por lo menos se viste. Gente que no ahorra agua como esos turistas que se conforman con chapuzarse en el mar y ya se dan por duchados.

Hay apartamentos, como no podía ser de otra manera, pero no pueden ser alquilados por un cualquiera. Siguiendo la calle, encontraremos algún sitio para comer. Lo que hemos dicho de los bares, puede también aplicarse aquí. Hay buena variedad aunque no mucha cantidad. Lo único que desentona es algún puesto de gyros, que equivalen a los puestos de kebab regentados por pakistaníes allí.

Al otro lado hay un pequeño parque y abajo está el mar. La zona de pescadores, dejada un poco de la mano de Dios, contrasta con el puerto deportivo, donde reposan los yates. Encuentro las similitudes que todo hijo de vecino puede encontrar con cualquier otro puerto deportivo. Hay yates, algún catamarán, alguna lancha, un inglés que limpia con una manguera, un griego que se pasea, etcétera. Riqueza y limpieza, anchos espacios, luz, cielo y mar. Y por supuesto, el bar o bar-restaurante, que desprende tranquilidad y que disfruta de unas privilegiadas vistas a la bahía.

Como tiene que haber lugar para todos, si uno sigue paseando, choca con la zona turística de Salou. No falta el luna park que había al final del paseo, y el chiringuito circular, que ofrece carnaza en lugar de paella. Pies descalzos en arena, sombrilla, manduca y mar. La camisa quedó en el apartamento y los niñ os olvidados en aquel columpio. El paraíso de todo guiri.

La contraposición de unas zonas y de otras es un hecho muy característico de la ciudad, llegando a veces a recordarle a uno Estambul, aquí llamada Constantinópolis. Porque ya se sabe que en las grandes metrópolis, los hay muy ricos pero también los hay muy pobres.

Más allá de Kalamariá, aunque no mucho, está Xamódrakas. Puede llegarse a pie dando un ligero paseo o directamente cogiendo el autobús. La zona da nombre a uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Tiene parada propia en los autobuses de línea. Está tan pegado y tan a ras de agua, que incluso uno siente cierto miedo a que un tsunami traicionero no le permita degustar los mejillones, el pulpo y las almejitas. Recuerda, muy vagamente, a alguno de los restaurantes de Cambrils, sin llegar a ser tan lujoso ni tan caro. El que presuma de ser buen gourmet, tiene que visitarlo, sí o sí. Debido a mi manía de asemejar cosas de aquí y de allí, por momentos creo reconocer a algún camarero o que va a entrar mi amigo Ricky vestido de tuno para recaudar fondos con “los pesetas“. Si aplicásemos la ley de costas aquí, nos quedaríamos sin este lugar y sin tantos otros, donde, de no ser por el decoro y por no mostrar la uña negra del pie, uno mojaría los pies y tiraría trocitos de pan a los peces.

A parte de las calles anchas un poco en plan Vall de l’Arrabassada, en el centro encontraremos unas agradables calles peatonales con multitud de tiendas. Como si cuando después de pasar la Rambla, uno se mete hacia la zona de San Agustín. Los padres sueltan a los niños de la mano y empiezan a hacer el mono.


Si en lugar de ir hacia la costa nos vamos hacia la montaña, llegaremos a Panórama.


Está a una media hora del centro y en subida. Es una zona lujosa y verde. Los colegios privados están allí. Hay zona de pueblo con casas de tres pisos y chalets de categoría. Las vistas a Salónica son espectaculares al encontrarse en una zona montañosa. Del lugar llama la atención un monasterio de visita obligada y un cuartel militar. A medida que vas subiendo, te cruzas con camiones militares y autobuses de todo tipo: de las academias de idiomas, de los colegios de pago y de soldados. Nunca viviría allí, aunque estaría de lujo tener un chaletito con jacuzzi, jardincito y terraza.


La entrada a Salónica desde el aeropuerto es horrorosa de fea. El tráfico no ayuda, porque hace que te vayas parando cada quince metros. Como la entrada a muchas ciudades españ olas hace unos añ os, con fábricas que parecen abandonadas, desperdicios acumulados en algún almacén y cosas así.

Del mismo modo, viniendo del aeropuerto y justo después de pasar el desvío hacia Agios Oros, uno cree estar en Les Gavarres. Pero los griegos tienen Ikea como en Barcelona. Es muy grande y merece la pena ser visitado aunque sólo sea para tumbarse en algún sofá o para hincharse a perritos. Ikea es también un cruce de líneas. Muchos autobuses empiezan, acaban y enlazan con otros en ese punto. Siempre hay gente. Hay otros comercios grandes en la zona e incluso supermercados. Las amplias zonas de aparcamiento, entre otras cosas, recuerdan mucho a esa zona de Tarragona. La gran M luce altiva como una bandera. Hay Leroy Merlin y Hondos Center, éste situado al otro lado de la carretera. También la Deixeus, que te recibe, si te descuidas, a golpe de piano. Los ascensores son transparentes y suben como en el Reina Sofía. Además, hay sonido de agua que cae de no se sabe donde.

Con todo, a mano izquierda de la carretera y cada vez mas cerca de Kalamariá, está el mar. Se puede bordear dando un paseo e incluso con el coche, porque hay una pequeña carretera. Algunos de los grandes almacenes disponen de terraza al lado del mar. Las mujeres a comprar cosméticos y los hombres a tomar una cerveza o un café. Seguimos con los contrastes entre zonas feas, bonitas, abandonadas, ricas y transitadas.


Kalamaria (Καλαμαριά):Considerado el “barrio bien” por excelencia en Salónica. Donde viven futbolistas, adinerados y políticos.


Gyros (γύρος): para los griegos, el gyros no tienen nada que ver con el kebab y está mucho mas bueno. Para los que no son griegos, gyros y kebab son prácticamente lo mismo.


Constantino polis (Κονσταντινόπολις): los griegos siguen llamándola así por reminiscencias del pasado. Sin embargo, aquí la llamaremos Estambul para no confundir a los lectores.

Xamódrakas (Χαμόδρακας): Conocido restaurante de la ciudad, cuya especialidad es el marisco y el pescado de todo tipo.

Los pesetas: conocido grupo de tunos que sólo piensan en el dinero. El concepto podría aplicarse al resto de las tunas, porque siempre hay un grupo que se dedica a ello.

Vall de l’Arrabassada: Valle que se forma junto a una de las playas más conocidas de Tarragona.


Agios Oros (Άγιος Όρος): zona semiautónoma que ocupa casi toda la península de Athos, habitada sólo por monjes, lleno de vegetación y monasterios, al que se puede ir a peregrinar. A las mujeres no les es permitido entrar. Es Patrimonio de la Humanidad.

Les Gavarres: polígono comercial situado entre Tarragona y Reus.

Lejos del hogar III: el norte



Más hacia el norte y sobre todo viajando en tren, a medida que te acercas a ciudades relativamente importantes como puedan se Veria, Édesa, Naousa o similares, uno entra en la huerta. Y en la finca. Y más aún, en el monocultivo. Y como no podía ser de otra manera, en el melocotón. Por si uno no tuviera bastante con los de la Ribera, aquí nos encontramos con la región que más melocotones produce de toda Grecia. Gracias al clima y a la cantidad de terreno, las cosechas suelen ser generosas. Se ven tractores, payeses, escaleras apoyadas contra los árboles, tubos del riego, cubos, ramas secas, etcétera. Un paisaje conocido, vamos. Por un momento creo reconocer al tío Rafael, que acaba de caer al suelo desde lo alto de una escalera diciendo: “no m´he fet res, no m´he fet res”.


Las estaciones que uno va pasando son las mismas que las que uno va dejando atrás de camino a Mora. Estaciones fantasma. Muchas veces el tren para pero no sube ni baja nadie. Las vías son viejas y muchas de las estaciones no llegan a serlo. Los revisores son como los de antes, que gritan el nombre de la parada antes de llegar. Dicen Alexandria y me parece oír Riudecanyes. Esta lleno de pasos a nivel sin barrera o con una barrera que se puede esquivar fácilmente. Pero como el tren va casi más despacio que el autobús, no suele haber peligro. Un bocinazo fuerte ahuyenta a los posibles invasores.



Más al norte está Naousa, una pequeñ a y coqueta ciudad, de la que destaca el parque que da la bienvenida al viajero, y una zona de bosque. El Matarraña. En verano, cuando el termómetro sube hasta casi los 40 grados, en el bosque de Naousa hace fresquito. Una hermosa explanada, árboles altos, caminitos, clorofila y agua. Un río salvaje que nace de la montañ a te invita a que mojes los pies. Y hay peces nadando en libertad, algún caballo al que te puedes montar y no se cuántas cosas más. Me recordó las épocas en las que íbamos al Matarrañ a. El agua era tan fría que nos hacia de nevera. Cruzábamos el río dando saltos estúpidos sobre unas piedras resbaladizas. Caerse era lo divertido. Y allí comíamos. Por su puesto, no faltan en Naousa tampoco las parrillas y las barbacoas en piedra que ruegan que les des de comer. Cada vez que voy me dan ganas de esconderme o escaparme por algunos de los caminos que hay y tumbarme desnudo a tomar el sol sobre la hierba, después de cagar a gusto. Y como no podía ser de otra manera, hay una bonita capilla que da nombre al lugar, Agios Nicolas.

También es un lugar donde paran los autobuses de turistas. Hay canchas deportivas y un bonito hotel, donde alguna vez se concentra la selección de baloncesto.




Tanto en Veria como en Édesa, hay manantiales de agua mineral por todas partes. En Veria nace el Anixeos y en Édesa, a parte de las cascadas, se pueden ver canales de agua circulando por toda la localidad. Un punto notable de interés, a parte de la plazoleta dedicada al apóstol San Pablo, es un gran árbol platanero que hay en Veria donde en 1430 los turcos ahorcaron al arzobispo Arsenios. Y uno piensa en tantos otros ahorcados, empezando por Judas Iscariote. Al pasar me da por cantar el The hunging tree y espero en vano ver aparecer a Gary Cooper con su sombrero vaquero.

Y como no podía ser de otro modo, se cultivan buenos vinos, como en la Terra Alta o el Priorat. Posiblemente los mejores del país. Se elaboran en la escarpa entre Veria y Édesa.




Y como acabo de citar el vino, doy una leve pincelada. Se habla mucho del vino Retsina griego. Para mí es como el Pazo del Evaristo en Tarragona. Vino blanco de mesa justito justito. Y cabezón. Con decir que la marca más conocida es el Retsina Mala Matina (“mala-matina“, ¿ lo cogen?), está dicho todo. Quizás también podamos asemejar el Kourtaki con algún alvariñ o. Los entendidos me llamarán sacrílego por compararlos, pero sólo dejo constancia de lo que yo encuentro equivalente en uno y otro lugar. El Boutari, en cambio, tiene mayor y mejor fama. Ahí sí que quizás llegue al nivel de algún tinto del Priorat.

Los caminos y las carreteras que se adentran en las fincas están repletos de baches y nunca sabe uno donde terminan. Un día coges el coche y empiezas a conducir hacia el interior de los melocotones buscando llegar al Ebro por el Omplidor. Incluso alguna vez, en algún sitio sin árboles, puedes tropezarte con el pastor de ovejas de turno sentado bajo un árbol. Aquí se llama Kostas en lugar de Felip.

Después cruzas un pueblo casi deshabitado donde pareces un bicho raro. Los pueblerinos, sentados al lado de la carretera con su café y su colilla, echan miradas curiosas a la vez que intensas, a los forasteros. Como en el lejano oeste. O como cuando algún coche con matrícula extrañ a pasa por Tivissa para ver los restos ibéricos. Muy andaluz, también, eso de sentarse junto a la puerta de casa, refugiarse en la sombra y esperar la hora de cenar con un palillo en la boca. Y escupiendo de vez en cuando.

La gente de los pueblos es la misma aquí que allí. Lo que las diferencia de la de la gran ciudad es la amabilidad, la cercanía y la bondad. Siempre están dispuestos a echar una mano.




Las viudas visten rigurosas, negras de arriba abajo, e intentan ir a misa todos los días. Después, a sus casas al lado de la estufa en invierno, a coser o al huerto. Y al foráneo le obsequian con dulces de la zona y con el coc de la abuela, que te dicen que es lo máximo. Lo comes y es como estar ingiriendo el coc de la yaya que tantas veces hemos probado a escondidas una vez abierto el armario. No he encontrado equivalencia con las “cocas planas”. Todavía.

Las generaciones cambian que es un gusto. Los jóvenes huyen del pueblo. A los dieciocho quieren tener coche y un móvil de última generación. Los que siguen en el pueblo y todavía no cumplen la edad, conducen motos viejas y ruidosas. Aquí y allí.

Si uno va de ruta turística por la zona, visitará Vergina, que más que un pueblo, es un yacimiento. Es de los más conocidos de Grecia y uno no puede otra cosa que recordar la Comarca donde viven los Hobbit. Las tumbas reales son túmulos o tholos , dentro de un montículo enorme.




Veria (Βέροια): ciudad del norte de Grecia, a 75 kilómetros de Salónica hacia el oeste, conocida por su enorme cantidad de iglesias bizantinas, más de setenta, su barrio judío (Βαρβούτα) y por las predicaciones que en ella hizo el apóstol San Pablo. Se la conoce también como la “pequeñ a Jerusalén”.

Édesa (Έδεσσα): ciudad del norte de Grecia, famosa por sus grandes y hermosas cascadas.

Naousa (Ναούσα) : ciudad del norte de Grecia, conocida por sus vinos y por su bosque, lugar de turismo y de reposo.

“No m´he fet res”.: “no me he hecho nada”.

Alexandria (Αλεξάνδρια): ciudad con estación de tren a medio camino entre Salónica y Veria.

Riudecanyes: pueblo del Baix Camp conocido por su famoso pantano.


Retsina (Ρετσίνα): el vino blanco mas conocido y tradicional de Grecia que sirve para acompañ ar la comida.

Pazo: marca de uno de los vinos de ribeiro que se cultiva en gran parte de la comunidad gallega.

Evaristo: entrañ able tabernero que regentó durante muchos años el Mesón Cantábrico de Tarragona, sito en la calle Cervantes.

Kourtaki (Κουρτάκι): vino blanco de mejor calidad que los que se hacen de resina.


Boutari (Βουτάρι): vino tinto con denominación, cultivado principakmente en las viñas de Nausa.

Omplidor: carretera escoltada por árboles que va desde el pueblo de Benissante al río Ebro.

Kostas: como casi todos los griegos se llaman Kostas, a partir de ahora, cuando no sepa el nombre de alguien, así le llamaré.

Felip: conocido pastor de Benissanet.

Coc; cake inimitable de la abuela.

Cocas planas: las llamábamos así por su planície, claro. Hechas con una pasta muy rica y con azúcar quemado por encima, a la leña, no encuentran semejanza a ninguna otra que uno haya probado nunca.



Lejos del hogar II: el pueblo.




Algo que me llamó la atención al poco tiempo de estar aquí, después de haber recorrido un poco la zona norte, fue el parecido de muchas cosas al pueblo de mi madre. Los tomates de allí y de aquí son rojos de verdad.

La lechuga se sirve en la mesa al poco rato de haber sido recogida -si te descuidas, te tragas algún caracol famélico-, el pepino que nunca querías comer, aquí está en todas partes, las berenjenas te dicen “hola” cada vez que pasas por el mercado, los pimientos denotan salud, el calabacín sabe a pueblo, la fruta es limpia…

Entre semana circulan por la calle coches o furgonetas que recogen cosas viejas o rotas de distintos materiales. El típico megáfono -el que tonos conocemos- es el arma que utilizan para persuadir a las posibles víctimas. Toda la mañ ana dale que te pego. A veces espero que anuncien al caracolero de Lleida, que venía una vez por semana a sacarse el jornal. Además, cerca del Ágora siempre hay una o dos paradas con ruedas que son exactas a las que se plantaban en la plaza de la iglesia. Y venden la verdura y la fruta directamente, sin tener que buscar un rincón en el mercadillo. Y en verano hay muchos remolques en la calle llenos de sandías. Melones también. Ocupan dos o tres espacios de aparcamiento y no se mueven en dos meses. Y las sandías se venden enteras, claro. Las mujeres deben escoger entre salir con bolso o volver con sandía. Las dos cosas no se pueden hacer. La gitana o el abuelo de turno te pesa la pieza con la balanza de toda la vida y te cobra lo que le parece.

Al poco de estar aquí y siendo domingo, uno tiene intención de dormir algo más que los otros días para recuperar sueño perdido, pero a eso de las ocho alguien se pone a tocar la campana. Y uno parece estar escuchando el campanario de Benissanet, que siempre va a deshora. Sin embargo, aquí la puntualidad es respetada. Llaman a misa aquí como a allí.



Benissanet: ilustre pueblo de comarca de la Ribera d’Ebre. Es el pueblo de mi madre.

Ágora: mercado en la época de los romanos, situado al lado de Agios Dimitrios.

Lejos del hogar I: Las caras



Cuando uno esta lejos del hogar donde ha nacido o de los lugares que suele frecuentar, tiende a “tener visiones”. La patria está al otro lado del mar, pero las caras de tu gente te las vas encontrando. Quizás sea el subconsciente, la nostalgia o simplemente la curiosidad, pero el caso es que la lejanía no es tanta cuando se empiezan a encontrar semejanzas. Tal vez ésta sea una manera de hacernos sentir cómodos en un mundo nuevo y , aparentemente, desconocido.

Así, no es extraño cruzarse con alguien y pensar: ¡ leches, pero si es igualito que el primo de la novia del hijo de mi hermano! E igualmente pasa con calles, plazas, casas y parques. Incluso hay zonas que nos recuerdan lugares de otras ciudades donde hemos estado alguna vez. También tendemos a mezclar características de unas y otras, creando una especie de ciudad ficticia en la mente. Cuando menos te lo esperas, de una esquina aparece el tío Paco, que hace añ os que no veo, pero sigue igual de joven. Incluso te dan ganas de decirle algo, hasta que abre la boca y te das cuenta de que el idioma nos separa. Por otro lado, en ocasiones ves una cara que crees reconocer de tu ciudad, pero que no acabas de situar. Es lo que me pasa con el que me atiende en All Day (1), por ejemplo. Y cada vez que voy estoy a punto de preguntarle si tiene algún familiar catalán. Es más, un día me vio con el abrigo de la selección catalana y comentó algo. Lamentablemente sigo sin asociar y eso, no se porqué, le da mucha rabia a uno.

A todo ésto, cabe señalar que “las caras griegas” van desapareciendo. Porque asociamos la faz helena a un prototipo. Nariz prominente a lo Julio César, pelo generosamente poblado, ojeras y facciones más egipcias que europeas, etcétera. Desconozco si algún día las caras griegas pudieron reconocerse como reconocemos ahora las caras de los chinos o de los japoneses. Quizás en los pueblos de pastoreo cercanos a Albania o en alguna isla poco poblada encontremos alguna.


1. All day: local donde sirven los mejores y más baratos bocadillos de la ciudad, junto a Kamara.